martes, 22 de febrero de 2011

Las mil y una tardes


Mirad cómo camina Marisa, con el vestido de domingo y la bolsa llena de naranjas. Fijaos cómo se le dibuja una sonrisa en la cara y cómo el sonido de sus tacones llena la calle vacía. Pegado a la pared y siguiendo la sombra que deja el campanario, se dirige hacia ella el forastero. Cuando estén cara a cara se abrazarán, él le dirá que hoy está más bonita que ayer y ella le pondrá la mano en el pecho empujándolo con picardía. Entonces el forastero fingirá enfadarse y se dará la vuelta, pero solamente lo hará para poder sacar la flor que lleva escondida bajo la chaqueta. Marisa se la pondrá en el escote del vestido y, juntos, se marcharán caminando bajo los Jacarandás de la Avenida.
- ¿Qué os parece? – preguntó don Nicolás, el maestro, después de acabar de contar su historia.
- Pues… a mí me parece que falla algo – respondió el viejo Ambrosio, mientras en la acera de enfrente un hombre y una mujer se cruzaban sin apenas mirarse.
- La historia que nos contaste ayer, la de los ladrones del banco, me gustó más, era más divertida – dijo Agustín, el ex párroco de la Iglesia de las Mercedes. – Es que yo esas historias de amoríos no las entiendo – replicó mientras se apartaba de la verja y caminaba hacia la Residencia de Ancianos “El Rosal”.
- Quizá tengáis razón… - contestó don Nicolás antes de agarrar su bastón y darse la vuelta para seguir a sus compañeros por el camino de gravilla de la entrada.
Fuera, la Iglesia de las Mercedes continuaba proyectando su sombra sobre la acera mientras un hombre y una mujer caminaban en direcciones contrarias. Antes de entrar en el edificio, don Nicolás se dio la vuelta, justo a tiempo de ver como Marisa y el forastero se alejaban agarrados de la mano.

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